lunes, 19 de octubre de 2009

Una historia larga

Lectura
Una historia larga

—«Todos los días en el país de los Incas, el sol recorría el mismo camino. Siempre comenzaba a andar desde el Oriente, y seguía caminando en el cielo hasta que, en la tarde, se perdía entre la espuma del mar en el Occidente. Desde el primer día, el día en que creó a los primeros Incas, el sol acompañaba a sus hijos. Ellos, en agradecimiento, habían poblado la tierra de igual manera: de Oriente a Occidente. Y en el centro habían fundado la capital del mundo, que se llamaba Cuzco. Por eso, para saber qué tan grande era su país, los Incas calculaban la distancia entre donde los saludaba el sol y donde los despedía. El tiempo era el sol, y el espacio hasta donde llegara su luz.
—Un día, otro tiempo llegó al revés. Vino desde el mar, y fue caminando hacia el Oriente, buscando a los Incas. Ese tiempo no andaba en el cielo, sino marchaba por la tierra. No era dorado como el sol, sino opaco como el bronce, e iba cargado por un ejército de monstruos, que tenían lana en la cara y montaban unos animalotes de pelo largo. Esos eran los conquistadores, que venían de España. Su tiempo eran los redobles de campana en las iglesias, y su espacio no tenía fin.
—Pasaron los años, las décadas y los siglos. El tiempo de los conquistadores se hizo reloj, el tiempo de los Incas se ocultó en el poniente para no ser dominado. Los Incas no creyeron que un reloj pudiera encerrarlo. ¿Cómo era posible que ahí estuviera el sol, que el despertar de todas las mañanas, que las risas de todos los juegos, que todos los paseos y todos los animales se hicieran tan chiquitos para caber ahí dentro? Pero los conquistadores no los entendieron porque ellos también se despertaban, y jugaban, y corrían por el campo con las liebres, perseguían a las ovejas en las montañas…
—Los conquistadores y los Incas nunca se pusieron de acuerdo. Sin embargo, las noches seguían pasando, y la gente se enamoraba, y vendía frutas en el mercado, y moría. El tiempo seguía libre, pero las cajitas que lo encerraban, avisaban, a quienes quisieran preguntarle, dónde es que el tiempo andaba, con quién estaba y para qué lado iba.
—Hoy, los hijos de los Incas y de los conquistadores miran su reloj cuando comienzan el día. Pero su corazón de Inca aún espera que un buen día, desde el Oriente, el tiempo vuelva a caminar como antes».

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